El uso de balas cónicas giratorias en la guerra de secesión americana dio lugar a que muchos soldados sufrieran amputaciones y que el denominado síndrome del miembro fantasma, según el cual la víctima siente dolor en una extremidad que ya no tiene, fuera analizado bajo el rigor científico por neurólogos como Silas Weir Mitchell o más posteriormente, por el cirujano William Livingstone. Pero existe una variante de ese dolor subjetivo, digna de ser recogida en el libro de Javier Moscoso, «Historia cultural del dolor», consistente en sufrir por algo que nunca se tuvo. Y esto es precisamente lo que le ocurre a quienes desgarra el hecho de que Cataluña carezca de un Estado propio que nunca existió.
Hace años que el lamento, el desasosiego y la queja por la ausencia de esa independencia fantasma se instalaron en el Palau de la plaza Sant Jaume, pero a diferencia de sus predecesores, sus actuales inquilinos han optado por la terapia de choque. Así, el presidente Artur Mas ha decidido aprobar una ley de consultas populares con la finalidad, llegado el caso, de preguntar a los catalanes si quieren separarse del resto de España sin pedir permiso al Estado. El tratamiento parece concebido como cura paliativa, dado el carácter no vinculante que tendría ese pseudoreferendo, pero en realidad no va más allá del efecto placebo, pues está dirigido a esos males imaginarios del nacionalismo catalán.
Proponer el «cierre de cajas», como hizo el consejero de Economía, Andreu Mas-Colell, en respuesta al impago de los 759 millones de euros que establece el Estatuto en concepto de inversiones del Estado, sirve de alivio a las plañideras soberanistas, pero como precisa el siempre clarividente catedrático de Derecho Constitucional Francesc de Carreras, se trata de una deuda falsa, pues nada obliga jurídicamente al Gobierno español a contemplar esa partida en sus presupuestos.
Curar ese miembro amputado que nunca se tuvo requiere de bálsamos políticos, económicos y también culturales, pues el ficticio Estado catalán reclama el control de instituciones que contribuyan al imaginario nacionalista. Y ya se sabe que cuando la enfermedad es inventada, se dispara el riesgo de sobredosis, como ha ocurrido con la elección de Marçal Sintes como director del Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB), que no sólo ha herido a ilustres articulistas fieles a CiU —¿celos?—, sino también al alcalde Xavier Trias, quien tenía otro candidato.
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