(Artículo que publiqué en ABC el pasado 16 de enero)
POCO sabemos últimamente de las actividades del Consejo Asesor de Economía y Crecimiento, órgano que asesora al presidente catalán Artur Mas en materia económica. Pero sí me han contado que el máximo responsable de este comité, Salvador Alemany, despidió el año 2011 con el líder nacionalista en el hotel de cinco estrellas Villa Paulita de la Cerdanya. Ambos compartieron cena y seguramente reflexiones sobre este primer año de gobierno en el que Alemany estaba llamado a participar. Parece ser que el presidente de Abertis rechazó dirigir la Consejería de Economía, lo que obligó a Mas a proponer la plaza a Andreu Mas-Colell, entre otros motivos porque sus contactos internacionales le permitían escribir en diarios tan prestigiosos como el «New York Times». Esta misma semana lo ha demostrado, pero no es lo mismo ser articulista que enviar una carta al director, que es precisamente lo que ha hecho el catedrático de Economía en Harvard. El escrito respondía a un reportaje del citado rotativo en el que se criticaba el despilfarro autonómico en obras faraónicas como la cárcel Puig de les Basses de Figueres (Girona) —ABC dio buena cuenta de la paralización de este proyecto el mes pasado—, pero el consejero aprovechaba para advertir de la presunta apuesta del PP por la involución autonómica, algo en lo que ve reminiscencias franquistas. Los nacionalistas siempre han lamentado la visión centralista que tienen los corresponsales extranjeros afincados en Madrid, lo cual demuestra que las costosas «embajadas» catalanas en el exterior poco o nada han ayudado al proselitismo soberanista.
Es lógico que, ante la profunda crisis que atraviesa este Estado de las Autonomías, la prensa extranjera se asombre de que determinados derroches sólo tengan una motivación identitaria. Ocurre que esa percepción se extiende entre el ciudadano catalán, que es al que menos le ha perturbado el hecho de que los Mossos d'Esquadra decidieran vivir en castellano por un día en protesta por los recortes. La iniciativa, animada con canciones de Manolo Escobar y banderas españolas, tiene mucho de estrafalaria —¿pedirán los profesores una educación bilingüe en sus próximas movilizaciones?—, pero demuestra los puntos débiles de ese nacionalismo no menos folklórico y romántico que sube montañas y se exalta ante la naturaleza. Mas no ha subido ni al Aneto, como hizo Jordi Pujol, ni al Puigmal, como hizo el republicano Joan Puigcercós, pero le gusta el Pirineo. Confío en que un líder empresarial como Alemany supiera bajarle de las nubes en aquel encuentro en la Cerdanya.