Difícil separar la complicidad nazi de Lení Ríefenstahl con su indudable talento como cineasta. El experto en cinematografía Roman Gubern siempre ha insistido en la necesidad de que los pecados políticos de esta directora no empañen su trabajo, de enorme calidad. Esta mujer de rotundo carácter, llena de ego y de condescendencia hacia sus enemigos, pero también capaz de superar cualquier obstáculo para desarrollar su arte, se revela insufrible en algunos pasajes de sus "Memorias", publicadas en España por Lumen. E intenta justificar lo injustificable. Asegura que le fascinaba la figura de Hitler, pero rechazaba sus leyes antisemitas. A través de las páginas de sus memorias, vemos cómo corría textualmente al lado del nazi cada vez que este la reclamaba. Sus reproches al ¿arrepentido? Albert Speer, ministro del gobierno hitleriano, rozan el cinismo, pues le echa en cara que no haya sabido explicar el magnetismo del dictador. Como si una especie de fuerza invisible justificara por sí sola el régimen nazi.
De hecho, la obra de esta actriz y cineasta está muy influenciada por una energía inmaterial y fanstamagórica, onírica en sus películas rodadas en la alta montaña, y hay que reconocer que las imágenes que nos dejó son de una estética asombrosa. Se jugó la vida rodando sin doble en esas cimas -"La montaña sagrada", "Tempestad en el Montblanc", "Prisioneros de la montaña" o "Tierra baja", ésta última inspirada en la obra de Àngel Guimerà- como afrontó peligros ya siendo septuagenaria en África para rodar la vida de la tribu nuba. Una vez más, la producción es excepcional, pero cabe preguntarse si el entusiasmo por estos nativos, de físico perfecto, resulta sospechoso, pues, como se sabe, el culto al cuerpo forma parte del imaginario nazi. Ella ya lo ensalzó en filmes como "Olimpíada" o "El triunfo de la voluntad", encargos del gobierno hitleriano.
Según afirma, todos los hombres que la conocían se enamoraban de ella, que solo vivía entregada a su trabajo. Puede que sea cierto. Y también que su atractivo personal estuviera detrás de esa agasajo recibido en su periplo estadounidense, aunque varios proyectos se vieron truncados en aquel país debido a sus antecedentes. En su libro "Siguiendo mi camino", Mauricio Wiesenthal critica que Ríefenstahl fuera homenajeada en Norteamérica en plena caza macarthista de todo artista sospechoso de simpatizar con el comunismo.En definitiva, que la autobiografía de esta alemana, que murió a los 101 años en Baviera, no invita demasiado a la reconciliación con el personaje, pero vale la pena leerla.