"Viene a subrayar hasta qué punto el imperio, conscientemente o no, a la larga influyó en todos los habitantes de este país. Si en el siglo XIX uno estaba sentado ante una mesa de caoba tomando té con azúcar, se hallaba vinculado prácticamente a todos los continentes del planeta. Se hallaba vinculado a la Royal Navy, que vigilaba las rutas marítimas entre esos continentes, y se hallaba vinculado a la gran maquinaria tentacular mediante la que los británicos controlaban tantas partes del mundo y las saqueaban para obtener mercancías, incluidas aquellas que podían consumir los civiles normales y corrientes en su país"
Y es que, como dice MacGregor, "una de las ironías de la identidad nacional británica es precisamente el hecho de que la bebida que se ha convertido en la caricatura mundial de los británico no tiene en sí misma nada de autóctona, sino que es el resultado de varios siglos de comercio global y de una compleja historia imperial"
El té se hizo popular en 1700, procedía de China, era caro y amargo. El literato Samuel Johnson, adicto al té, escribía en 1750:
"Un bebedor de té curtido y descarado, que durante veinte años ha diluido sus comidas con solo la infusión de esta fascinante planta, cuya tetera apenas tiene tiempo de enfriarse, que con el té entretiene la tarde, con el té consuela las medianoches y con el té recibe la mañana".Gran parte del té que entraba en Inglaterra era de contrabando y consumido por las clases altas, pero tras la presión de los comerciantes, se redujo el impuesto y el precio cayó en picado, lo que permitió su popularización entre las clases trabajadoras. De hecho, las autoridades inculcaban su consumo debido al problema social en que se había convertido el alcoholismo en el siglo XIX.
La guerra del opio entre Inglaterra y China obligó a este país europeo a cultivar el té en sus colonias, es decir, en la India y en Ceilán.
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