Marina Silva (Foto: RTVE) |
En un país democrático, y Brasil lo es, mezclar religión y política es un mal negocio. Y un anacronismo, pues en pleno siglo XXI, la fe no debería influir en las decisiones de nuestros gobernantes. En España, el Gobierno cedió a los lobbies más conservadores y emprendió la reforma de la ley del aborto sin consenso. Hoy, ese anteproyecto está en suspenso, ha habido relevo en el Ministerio de Justicia y es muy posible que esa reforma no vea nunca la luz. Tanta injerencia me parece que la Iglesia Católica influya en las leyes de un Estado laico como que la Iglesia catalana se pronuncie sobre el derecho a decidir o la autodeterminación. Quizá el problema sea de los medios de comunicación, que prestamos demasiada atención a esas valoraciones. Pero hace unos días, me quedé de piedra al ver un programa en 13TV en el que un sacerdote aseguraba que en un matrimonio "hay que perdonarlo todo" porque "estamos en manos de Dios".
¿Y en manos de célibes que nunca tendrán hijos ni experiencia matrimonial? Ni hablar.
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