El método para lanzar a una joven al estrellato hollywoodiense es de sobra conocido: se elige a una chica mona, no necesariamente bella, y se la deja en manos de peluqueros, modistos y demás gurús de la imagen hasta convertirla en un ser irreal, pero muy sofisticado. Pero un exceso de artificio puede generar errores y ahí tenemos el reciente ejemplo de la actriz Anne Hathaway, quien en la última gala de los Oscars cambió de vestido pocas horas antes de recorrer la alfombra roja al enterarse de que otra artista lucía uno igual. Optó (optaron por ella, mejor dicho) por un Prada cuyos pliegues a la altura del pecho le jugaron tan mala pasada que tuvo que pedir disculpas. ¿Es que no tenía espejo en su casa?, se pregunta media humanidad.
Nada de eso puede ocurrirle a la inglesa Tilda Swinton (Londres, 1960). Imponente, gélida, inclasificable, interesantísima actriz, cuya fuerte personalidad no admite la dictadura de la moda. Ello no significa que renuncie a determinados estilismos, pero que nada tienen que ver con los de una clásica "it girl".
Hija de militar y de una "lady" australiana, su linaje familiar se remonta a la edad media. Con este bagaje, parecía destinada a ser la protagonista de la versión cinematográfica de la novela "Orlando" escrita por Virginia Woolf, con quien Swinton comparte languidez, esnobismo y clase social. También el culto al amor libre de Bloomsbury, grupo al que pertenecía la escritora, pues aseguran que entre la artista y su marido no existen normas matrimoniales. Tampoco las hay en la vida de David Bowie, otro excéntrico que ha regresado al mundo de la música con un vídeo en el que aparece la actriz. Y es que el cine se le queda pequeño a esta artista polifacética, a la que se ha podido en el Museo de Arte Moderno de Nueva York (MOMA) durmiendo dentro de una urna de cristal como parte de una "performance" de la artista Cornelia Parker.
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