Hay tantas visiones de Israel como visitantes recibe este país donde historia, cultura y religión conforman una mezcla literalmente explosiva. Un viaje que pone a prueba la fe o el ateísmo de cada uno, algo que llevado al extremo, puede inducir a contemplar Jerusalén como un parque temático de las religiones o a sufrir el denominado "síndrome de Jerusalén". He conocido esta expresión gracias al periodista e historiador Jaume Bartrolí y a su artículo "La fe como razón de un gran viaje" publicado en el número 56 de la estupenda revista "Altair", que desgraciadamente acaba de cerrar debido a la falta de ingresos publicitarios. Bartrolí explica que el citado síndrome afecta a entre cincuenta y cien visitantes al año. Éstos experimentan tal mimetismo con personajes de la Biblia que llegan incluso a suplantar la personalidad de Moisés, Jesucristo o el rey David. Se trata, en definitiva, de una especie de síndrome de Flaubert, aunque en este caso, la sobrecarga estética es sustituida por la espiritual.
Cuenta Bartrolí que los psiquiatras acuñaron ese término tras conocer el caso de una dama inglesa de la década de 1930 que "convencida de la inminente segunda venida de Cristo, se sentaba casi a diario en el monte Scopus para recibirlo con una taza de té", escribe el periodista. Otro de los ejemplos de que la espiritualidad puede ser más fuerte que la flema inglesa es citado por G. K. Chesterton en su libro "Ortodoxia". En él se refiere a Joanna Southcote, una visionaria inglesa nacida en 1750 quien aseguraba a todo aquel que quisiera escucharle que estaba destinada a dar a luz al Mesías.
Obviamente, estoy hablando de trastornos mentales, pero salvando las distancias, tampoco es deseable el negacionismo absoluto de estos lugares sagrados. Me refiero a aquellos autores que niegan incluso que la ciudad antigua de Jerusalén, la que conocemos actualmente, o sus alrededores, fueran escenario de los hechos del Antiguo y Nuevo Testamento. Hay quien cuestiona que la vía dolorosa que cada año recorren miles de peregrinos sea realmente el camino que Jesús siguió hasta al Gólgota. Incluso se ha llegado a decir que el santo sepulcro y la localización del gólgota son inventos de la madre del emperador Constantino. También hay quien apela al estricto reparto y custodia de los santos lugares entre judíos, musulmanes, cristianos y armenios para elevar la realidad jerosolimitana a lo absurdo. Vuelvo de nuevo a Chesterton, quien advierte de que tan nociva para la libertad humana es la ortodoxia cristiana como el materialismo puro. Y creo que para vivir y disfrutar de Israel es necesario huir de miradas encorsetadas.
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