Parlamento de Cataluña |
Hace varios días me reconcilié con la política. No es que estuviera enfadada con ella. Algo aburrida sí, pues parece que todo, incluidas las discusiones y las justificaciones, está inventado en este terreno. Pero con motivo de una tertulia radiofónica, coincidí con una joven diputada que ganó su escaño en 2012, enemiga del discurso oficial y amiga de hablar claro. Mi primera impresión fue de rechazo, pues me percaté de que no me miraba a los ojos ni daba pie a una charla informal mientras esperábamos a que comenzara el programa. En definitiva, no interactuaba. Su único objeto de interés era una tablet, por la que volaba su dedo índice para pasar de una web a otra.
Y entonces lo supe: la joven diputada estaba nerviosa. Sí. Su mutismo no era producto de la altanería o de la indiferencia. Estaba tensa y se informaba de las últimas noticias. Porque al contrario de lo que pueda sentir una periodista como yo, intrusa en este tipo de tertulias en las que se habla mucho, pero nada se dice, ella era un cargo público que día a día debe ganarse el respeto de sus votantes y el interés de quienes no lo son. Vaya por delante mi escepticismo sobre esa nueva faceta que ejercemos los periodistas, enriquecedora como experiencia, pero que consiste en suplantar a los verdaderos expertos en una materia. No por sabido es menos ignorado, que un periodista no es un opinador ni un articulista. Eso lo tienen muy claro los americanos, que distinguen entre "writer" y "journalist", por ejemplo.
Pero la precariedad laboral obliga a muchos periodistas a hacerse pasar por opinadores para tener unos ingresos extra, al tiempo que las empresas que organizan esas tertulias, a las que tampoco sobra el dinero ni tiempo, se ahorran la búsqueda de verdaderos especialistas en la materia. Es decir, que de pronto llega la noticia del atentado en la maratón de Boston y nadie sabe a quién llamar. La calidad se sustituye así con espectáculo, con lo que si el invitado está dispuesto a gritar, a amagar con un plante o a insultar, mejor que mejor.
Como diría Groucho Marx, recelo de las tertulias que admiten a personas como yo. Pero participo a modo de reto personal. Nadie es coherente al cien por ciento. Y ahí entramos en el sistema de cuotas o bloques electorales, pues en los medios públicos es obligado que en esos debates esté representado el amplio espectro ideológico existente en el Parlamento. Se logra con más o menos fortuna, después de arduas negociaciones entre los partidos. El resultado es el de una falsa pluralidad, pues todos interpretamos un papel.
Dicho esto, resulta obvio que un periodista/tertuliano puede equivocarse, quedarse en blanco, no decir la verdad o incluso hacer el ridiculo, pero alguien dijo que en política se puede hacer de todo menos eso, el ridículo. De ahí que esa joven diputada se tomara muy en serio esa tertulia. Efectivamente, ni todos los políticos son corruptos, ni viven como Dios, ni se ríen del ciudadano. Los hay que, al margen de las ideas que defienden, intentan ser honestos. Otra cosa es que les dejen.
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