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"La libertad guiando al pueblo" de Delacroix |
Siempre he creído que los museos y las iglesias son lugares en los que nada puede ocurrirte. Dándole vueltas al asunto, concluyo que esa sensación puede deberse al silencio que predomina en ambos. Una calma contemplativa relacionada, respectivamente, con los sentidos y el alma. O con la razón (estética) y la fe (religiosa), no tan alejadas la una de la otra, pues a las dos se les rinde culto en ocasiones con similar dogmatismo, de forma que creer en el arte puede ser tan ascético y ritual como profesar una religión. Aunque también se pueden racionalizar ambas disciplinas hasta convertir su misticismo en pura química cerebral: la que me induce a pensar que sentirme a salvo en un museo o en una iglesia se debe a un entorno ordenado, previsible, resultado de una puesta en escena estudiada de antemano. Algo muy ajeno a una realidad caótica e impredecible.
Aún así, mi prosaica teoría tiene fallos pues me pregunto por qué hay más ataques en los templos del arte que en los religiosos, si en ambos casos se conservan piezas de extraordinario valor. Si la irreverencia es más fácil en un museo ¿es que las iglesias infunden un temor sobrenatural o supersticioso?. Robar el Códice Calixtino en la Catedral de Santiago o atentar contra la La Piedad de Miguel Ángel en la basílica de San Pedro de Roma son casos excepcionales si se les compara con el número de cuadros robados o dañados en museos, como acaba de ocurrir en el Louvre de París con el famoso cuadro de Delacroix "La libertad guiando al pueblo", objeto de una pintada reivindicativa.
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Bar "The church" (Dublín) |
La explicación a esa diferencia puede residir en el hecho de que la Iglesia ha dejado de ser un símbolo de poder o carece del que tuvo en otras épocas, mientras que para algunos, el arte es sinónimo de capitalismo y especulación, que no deja de ser la "religión" de nuestro siglo. Es decir, que para un antisistema, tiene mucha más repercusión atentar contra un museo que contra una iglesia. Sin embargo, no hay nada más subversivo que convertir una iglesia en un bar-restaurante, como es el caso de The Church, en Dublín. Y mucho más, tomarse una pintas de cerveza en este local en lugar de acudir a un museo a adorar las últimas e incomprensibles tendencias en arte. Aunque bien pensado, ambas cosas son compatibles.
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