 |
Hearst y Julia Morgan |
Poco o nada predispone a mirar con buenos ojos a William Randolph Hearst. Ni su enorme fortuna, amasada a base de azuzar la guerra entre Estados Unidos y España para vender periódicos, ni su apoyo a la caza de brujas durante la guerra fría, ni su relación con la jovencísima actriz Marion Davis, aunque en este caso hay que decir que la pareja se llevaba mucho mejor que lo que narra "Ciudadano Kane", la despiadada caricatura que hizo Orson Welles del magnate. No obstante, parece ser que Hearst contrataba detectives para que le informaran de cualquier posible devaneo de Davis.

Y si se lee "Hollywood Babilonia", de Kenneth Anger, el rechazo se dispara pues, además de explicar los métodos de Hearst para manipular el mundo del cine, se alude a la oscura muerte del productor Thomas H. Ince durante una fiesta a bordo del yate "Oneida" del multimillonario americano. Hearst tapó muchas bocas, dice Anger, incluida la de la temida cotilla Louella O. Parsons, a la que hizo un contrato de por vida poco después del escándalo.
El principal vestigio de aquel poder casi absoluto de Hearst es el magnífico castillo de San Simeón, en la costa californiana, que hoy puede visitarse previo pago. Un alarde arquitectónico que merece -esta vez sí- el elogio del magnate. Y no lo digo desde el punto de vista estético, que siempre es discutible, sino por el hecho de haber confiado la obra a una mujer, Julia Morgan, la primera arquitecta del mundo.