lunes, 11 de junio de 2012

Competir hasta que no haya un perdedor


Rajoy y Merkel, en Chicago (Pool Moncloa)
La Unión Europea ha sabido garantizar la paz política de sus socios, pero no ha podido evitar la guerra económica. Confiar en que esta alianza de naciones regidas por el capitalismo pudiera realizar concesiones en aras del bien común resulta ahora muy ingénuo y lleva a plantearse si el hombre es competitivo por naturaleza. La antropología puede responder a ese tipo de dudas a través de descubrimientos sorprendentes. Claude Lévi-Strauss explica que cuando los misioneros enseñaron a jugar a fútbol a poblaciones de Nueva Guinea, este deporte fue adoptado con entusiasmo, pero en lugar de buscar el triunfo de uno de los equipos, multiplicaban los partidos hasta que las victorias y las derrotas se equilibraban. Es decir, que "el juego se acaba no cuando hay un ganador, como hacemos nosotros, sino cuando se han asegurado que no habrá ningún perdedor", dice Lévi-Strauss. Ahora que estamos inmersos en la Eurocopa de fútbol, esta historia resulta casi absurda, pero demuestra que la competencia salvaje no es consustancial al ser humano y, llevada al ámbito económico, puede que el austriaco Christian Felber, creador de la teoría del bien común -una economía al servicio del ciudadano y no del beneficio puramente monetario-, no sea tan descabellada. Pero si ya es difícil que empresas y ciudadanos se sumen a esta idea, que lo haga Europa en conjunto resulta casi imposible.
Cabe preguntarse si una unión de países capitalistas puede ser útil más allá de las épocas de bonanza económica. La Sociedad de Naciones fue calificada por el economista Maynard Keynes como una buena idea, pero poco práctica, mientras que el nombre de Naciones Unidas se le ocurrió al presidente americano Franklin D. Roosevelt cuando esperaba a que Winston Churchill saliera del lavabo. Ambas anécdotas tienen como escenario la Europa posterior a la primera y segunda guerra mundial, cuando era necesario afianzar mecanismos diplomáticos que evitaran nuevos conflictos bélicos. Los europeos dimos un paso más al apostar por la unión monetaria, a la que se sumaron países que no estaban preparados para ello, como Grecia, mientras que otras naciones que también pasaron por apuros financieros y recibieron ayudas, como Alemania, marcan hoy el paso del resto de la UE de forma inflexible, como ha podido comprobar España. Por cierto, si en nuestro país hay resistencia a un pacto de Estado para afrontar la crisis y las consecuencias de ese rescate del sector bancario ¿cómo se puede reclamar una unión política europea?
Por lo visto la solución pasa por ceder soberanía fiscal. ¿Lo hará la propia Alemania? Inglaterra, sede de la City financiera, ya se quedó fuera del pacto fiscal. Son muchos los inputs que avalan el euroescepticismo y la eterna desconfianza entre los países del norte y del sur europeo. Si ahora se abordara de nuevo la aprobación de una Constitución europea, los resultados, me temo, serían más desastrosos que el de hace unos años.


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