martes, 26 de junio de 2012

El enriquecimiento ya no garantiza la salvación eterna

Taj Mahal, en Agra (India)
De la profunda crisis económica que atraviesa occidente se pueden sacar muchas lecciones, empezando por la más obvia: la incapacidad de los expertos de prever las consecuencias de un capitalismo salvaje que siempre se había atribuido a Estados Unidos, pero que Europa ha abrazado apasionadamente. La economía nunca fue una ciencia exacta, pero acostumbraba a manejar premisas que ahora la realidad desmiente. Una de ellas está basada en la creencia de que la religión es determinante en el enriquecimiento -o no- de un país. Es decir, que la ética protestante garantiza más el bienestar que la católica, confesión mayoritaria en el sur de Europa, donde la crisis es más aguda. Entre los autores que predicaban esas diferencias se encuentra Max Weber, autor de "La ética protestante y el espíritu del capitalismo", en el que este sociólogo y economista alemán nacido en 1867 escribió: "Los católicos demuestran una inclinación mucho más fuerte a seguir en el oficio en el que suelen alcanzar el grado de maestros mientras que los protestantes se lanzan en un número mucho mayor a la fábrica, en la que escalan los puestos superiores del proletariado ilustrado y de la burocracia industrial". El motivo: el enriquecimiento como señal de predestinación a la salvación eterna. Una teoría que algunos ven demostrada en la educación luterana de la temida Angela Merkel, cancillera de una potencia económica, Alemania, que hace años también fue rescatada, pero que actualmente impone sus reglas a otros países del sur europeo con tradición católica como Grecia, Portugal o España, ahora en recesión. Sin embargo, la emergencia de países como Brasil, India, China, Rusia y México desmonta esos argumentos religiosos. Efectivamente, los mismos economistas que no supieron predecir la crisis occidental aseguran ahora que, dentro de cuarenta años, esos países dominarán el mundo. Especialmente India y China, porque además de ser los grandes exportadores de productos manufacturados y servicios, también invierten en educación y cultura, algo que no hacen todavía con suficiente empeño Brasil o Rusia, proveedores globales de materias primas. De ser ciertas esas predicciones, resultaría que el nuevo orden económico ya no estaría regido por la ética protestante, sino por un sustrato religioso anclado en el hinduismo, el confucionismo o el catolicismo. El enriquecimiento, por tanto, ya no sería sinónimo de salvación eterna. Ni falta que hace. En cualquier caso, se trata de un baño de realidad para quienes creen todavía en la supremacía occidental. Lo necesitábamos.

sábado, 23 de junio de 2012

Una indignada llamada George Eliot

George Eliot
Que Jane Austen es una de las grandes escritoras inglesas de todos los tiempos "es una verdad universalmente reconocida", como diría la propia autora de "Orgullo y prejuicio" o "La abadía de Northanger". Pero me quedo con la también inglesa George Eliot, que firma esa enorme novela titulada "Middlemarch". Virginia Woolf, siempre reacia a reconocer el talento de sus colegas -su enemistad con Katherine Mansfield es legendaria-, dijo de ella que "es una de las pocas escritoras del siglo XIX que escribe como una adulta". Efectivamente, George Eliot es el pseudónimo de Mary Anne Evans, nacida en 1819 en Chilvers Coton (Warwickshire) y que decidió firmar como un hombre sus obras para que la tomaran en serio. Hasta ahí el único gesto de cobardía que podríamos reprocharle a Evans si la comparamos con Austen, nacida en Steventon (Hampshire) en 1775, quien no utilizaba apodo. Si a eso añadimos que no disponía de esa habitación propia que Woolf considera imprescindible para trabajar -escribía en la cocina en medio del trasiego de las criadas-, podríamos asegurar que la obra de Austen es más meritoria que la de Eliot. No así su vida, que no se alejó demasiado de las costumbres del siglo XVIII, mientras que Eliot vivió durante 20 años con un hombre casado que no podía divorciarse.
Jane Austen
Eliot luchó durante toda su vida por romper el tópico que distingue entre literatura femenina y masculina. De ahí que escribiera un ensayo mordaz que la editorial Impedimenta acaba de publicar en España, "Las novelas tontas de ciertas damas novelistas". Una demoledora crítica hacia las novelas rosas de su época, tan divertida como aguda, en la que se muestra indignada con las escritoras de un género que denomina "de artimaña y confección". Eso es precisamente lo que es Eliot: una indignada decimonónica que, de haber nacido en nuestros días, aplaudiría el 15-M, escribiría de política y lucharía contra las injusticias, como en su época hizo con el antisemitismo. De alguna forma, Eliot acabó el trabajo empezado por Austen, pues sus novelas profundizan en la psique de unos personajes que parecen extraídos de algunos libros de su predecesora, al tiempo que rompió los moldes que ésta había comenzado a agrietar con sus críticas a los convencionalismos sociales.

lunes, 11 de junio de 2012

Competir hasta que no haya un perdedor


Rajoy y Merkel, en Chicago (Pool Moncloa)
La Unión Europea ha sabido garantizar la paz política de sus socios, pero no ha podido evitar la guerra económica. Confiar en que esta alianza de naciones regidas por el capitalismo pudiera realizar concesiones en aras del bien común resulta ahora muy ingénuo y lleva a plantearse si el hombre es competitivo por naturaleza. La antropología puede responder a ese tipo de dudas a través de descubrimientos sorprendentes. Claude Lévi-Strauss explica que cuando los misioneros enseñaron a jugar a fútbol a poblaciones de Nueva Guinea, este deporte fue adoptado con entusiasmo, pero en lugar de buscar el triunfo de uno de los equipos, multiplicaban los partidos hasta que las victorias y las derrotas se equilibraban. Es decir, que "el juego se acaba no cuando hay un ganador, como hacemos nosotros, sino cuando se han asegurado que no habrá ningún perdedor", dice Lévi-Strauss. Ahora que estamos inmersos en la Eurocopa de fútbol, esta historia resulta casi absurda, pero demuestra que la competencia salvaje no es consustancial al ser humano y, llevada al ámbito económico, puede que el austriaco Christian Felber, creador de la teoría del bien común -una economía al servicio del ciudadano y no del beneficio puramente monetario-, no sea tan descabellada. Pero si ya es difícil que empresas y ciudadanos se sumen a esta idea, que lo haga Europa en conjunto resulta casi imposible.

sábado, 9 de junio de 2012

Brasil, como elefante en Sudamérica

"Menina Da Laje" de Claudia Jaguaribe
"¿Cómo administra Brasil su nueva condición de elefante en Sudamérica?". Esta es la pregunta que se hizo el profesor de Ciencias Políticas Alfredo Valladao en el apasionante debate que Casa América acogió con motivo de sus jornadas "Brasil, tierra prometida". Porque, de sobras es conocido, este país emergente ha roto los equilibrios en la zona del Mercosur al unirse al BRIC junto a Rusia, India y China -hay expertos que aseguran que estas cuatro economías dominarán el mundo en 2050-, por lo que cualquier movimiento afecta a sus vecinos. Valladao ve a Brasil "como el elefante de la zona que, cuando se mueve, y aunque no quiera, hace daño a sus vecinos". La relación con Estados Unidos, que en un principio veía al ex presidente Lula de Silva como un radical equiparable al venezolano Hugo Chávez y ahora se ve obligado a tratar de igual a igual a esa emergencia económica imparable, o la cooperación con Argentina, que algunos consideran clave para el desarrollo del sur americano, demuestran la importancia geoestratégica de un país que, no obstante, presenta enormes desequilibrios sociales.
Y es que no todos los testigos directos del "milagro" brasileño ven en esta nación una tierra de promisión. Al escritor Paulo Lins, autor de la demoledora "Ciudad de Dios", no le gusta vivir en Brasil porque es un país "racista" con "la policía del mundo que más negros mata", dijo que las sesiones celebradas en Casa América.

domingo, 3 de junio de 2012

La versión X de los cuentos infantiles

Hollywood nos sorprende este año con una nueva duplicidad en materia de estrenos. Y como ya ocurrió anteriormente -"Robin Hood, príncipe de los ladrones", dirigida por Kevin Reynolds, y "Robin Hood, el magnífico" (1991), de John Irvin, o "Tombstone, la leyenda de Wyatt Earp" (1993), de George Pan Cosmatos y "Wyatt Earp" (1994), de Lawrence Kasdan-, una versión asegura ser más transgresora que la otra. Así, la "Blancanieves y el cazador", dirigida por Rupert Sanders y protagonizada por Charlize Theron y la sosísima Kristen Stewart, se presenta como mucho más audaz que la "Blancanieves" de Tarsem Singh, con Julia Robert y Lily Colins. El principal atractivo de ambas películas reside en el papel de malvada madrastra que interpretan Theron y Roberts, como lo fue en la versión que hizo Sigourney Weaver en 1997. Pero por mucha verruga, joroba, y mala leche que se gasten estas pérfidas, no hay agallas para llevar a la gran pantalla la historia original de esos cuentos infantiles en los que se mezclaba sexo, canibalismo y violencia. Algo no apto para Walt Disney y su "Blancanieves y los siete enanitos" (1937), que obvió la escena en que la bruja se come el corazón que el cazador supuestamente ha arrancado a la niña. (Me han dicho que hay una versión porno titulada "Blancanito y los siete enanieves")

La vasconización de Cataluña


Tres eran tres los hijos de una generación anodina de políticos que se confabularon para gobernar Cataluña sin haber ganado nunca unas elecciones autonómicas. Uno era el infravalorado profeta de la gestión municipal; otro buscaba una segunda oportunidad tras el fiasco de combinar política y mesianismo, y el tercero comulgaba con un idealismo que no era de este mundo. Es decir, que José Montilla  (PSC), Josep Lluís Carod-Rovira (ERC) y Joan Saura (ICV) formaban una santísima trinidad incomprendida. Este tripartito pasó por el escenario político con más pena que gloria y tras haber dejado las arcas públicas en números rojos y traspasar las líneas del mismo color que marcaba el Tribunal Constitucional (TC) sobre el Estatuto, en 2010 no pudieron repetir la experiencia.
Montilla y Saura expían hoy sus excesos soberanistas en la inútil Cámara territorial que es el Senado, mientras que Carod se retiró de la política, pero en su último «bolo televisivo» ha demostrado que sigue empeñado en vasconizar Cataluña.