sábado, 22 de noviembre de 2014

Ego intelectual

El arranque de sinceridad de este convergente, cuya popularidad se ha disparado en los últimos meses debido a su nuevo y preminente cargo en el partido, exige que guardemos su anonimato. Asegura que cuando le apetece tomar una copa sin que nadie de reconozca, se va a los bares del Port Olímpic de Barcelona. ¿Decadente? Por supuesto. Que uno de los dirigentes más independentistas del partido de Artur Mas confiese que se mueve por locales como «El Rey de la Gamba» demuestra que hay cierta impostura en determinados políticos. Que la verdad destrozaría más de una noticia relacionada con el «proceso soberanista» y que la realidad dista mucho de esa política en mayúsculas que práctican los partidos tradicionales.
Port Olímpic de Barcelona
Puede que las tertulias y el populismo hayan desvirtuado la dialéctica política, dada la irrupción de nuevos partidos que practican el maximalismo, pero al igual que en toda caricatura, en la demagogia también hay un punto de razón. Dicho de otra manera, la «finezza» parece que ya solo es cosa de politólogos. Y es posible que los primeros en percatarse de que determinados discursos ya están «demodé» hayan sido los intelectuales, una especie en peligro de extinción en la selva política. El fichaje de estos doctos personajes nunca fue un buen negocio para los partidos políticos. En Ciudadanos, por ejemplo, no queda rastro de aquel núcleo embrionario de sabios. Y más recientemente, cerca de 300 intelectuales de izquierdas firmaron un manifiesto en contra de la independencia, entre los que se encuentran el dramaturgo José Sanchis Sinisterra, las escritoras Clara Usón y Lidia Falcón, y director de la compañía teatral Els Joglars, Ramon Fontserè. Ninguno de éstos acudió a la presentación del documento. La crisis protagonizada por Sosa Wagner en UPyD, sin ánimo de buscar culpables, demuestra que para un erudito, picar piedra -o «hacer territorio», como se suele decir en política- no es fácil. Wagner, hombre con un amplísimo bagaje cultural, no tenía demasiada mano izquierda para atender a otros compañeros de filas con, digamos, menos estudios.
«La política es como una ópera, donde el tenor o la soprano no tiene más remedio que escuchar al coro», me explica un recién llegado a la política catalana. Gestionar los egos debería convertirse en asignatura en los estudios de Ciencias Políticas. Y eso me hace recordar la figura del exconsejero catalán de Economía, Antoni Castells, quien desertó del PSC porque no se reconoció suficientemente su papel en la negociación del nuevo sistema de financiación de 2009. Ayer le escuchamos hablar de la consulta del 9-N y del Estado español como «adversario». Pide volver a la política a gritos. Pero no será con el actual equipo de Miquel Iceta, pues atrás han quedado los tiempos en que el aparato socialista, que concentraba el poder territorial del partido, cedía su presencia institucional a la burguesía maragalliana. Eso es algo que ni Castells, ni Montserrat Tura ni Ernest Maragall han reconocido nunca.

(Artículo que publiqué en ABC el 27 de octubre de 2014)

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