martes, 22 de mayo de 2012

Perversión intelectual


Paul Krugman (Wikipedia)
Alain Minc, en su libro «Una historia política de los intelectuales» (Ed. Duomo) afirma que «los periodistas son al intelectual lo que los militantes representan para los partidos políticos, la infantería». En la actualidad, esa ecuación se ha pervertido y son los periodistas quienes hemos asumido, voluntariamente o no, esa labor de influencia, mientras que los intelectuales abrazan la estridencia mediática.
Es imposible saber cuándo se acabará el mundo, pero algunos opinadores se han atrevido a señalar la fecha exacta en que Cataluña será intervenida por el Gobierno español: concretamente en noviembre de este año. Ese fue el augurio que el economista inglés Edward Hugh hizo en un programa de la televisión autonómica, en vísperas de que el Consejo de Política Fiscal y Financiera confirmara que precisamente es la comunidad catalana la que ha hecho los deberes, mientras que a otras autonomías les queda todavía mucho déficit que recortar. Cuesta creer que en seis meses, el desequilibrio catalán se descontrole tanto que finalmente se confirmen las palabras de Hugh, pero la gran repercusión de las mismas, así como las del Premio Nobel de Economía Paul Krugman —«habrá corralito español»—, demuestran que estos expertos dominan el arte del titular impactante.

Krugman pertenece a la órbita del economista Maynard Keynes, uno de los intelectuales más influyentes del siglo XX y cuya doctrina es invocada por quienes ahora defienden el crecimiento frente a la austeridad. La proyección mediática de expertos como Santiago Niño Becerra o Leopoldo Abadía es indudable, como la de Xavier Sala-Martí, quien acaba de comparar Cataluña con una mujer maltratada siguiendo la tesis ya oficial del Govern según la cual «España nos roba». Sin embargo ¿son estos economistas suficientemente influyentes para ser calificados de intelectuales? A nivel social y académico, ese poder prescriptor está mucho más ausente. El libro del alemán Stéphane Hessel «¡Indignaos!» se convirtió en un «best seller», pero ¿hay alguien más? La respuesta errónea pasa por la tertulia periodística o el periodismo tertuliano. Un género de consumo propio en nuestra profesión que, no nos engañemos, no sustituye la labor de interpretación de la realidad de los intelectuales.
Juzgar el éxito de esa suplantación, así como su legitimidad, es función de los sociólogos. Pero es fácil aventurar la necesidad de encontrar ese eslabón perdido entre periodismo y sociedad.
(Artículo que publiqué en ABC el 21 de mayo)

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