Sin menospreciar su demostrada lucha contra los regímenes totalitarios, resulta que el escritor inglés George Orwell, famoso entre otras obras por "1984", un angustioso relato sobre una sociedad hipercontrolada por un Gran Hermano que fomenta la delación, acabó sus días elaborando un listado de supuestos simpatizantes del comunismo que llegó a manos del Ministerio de Asuntos Exteriores británico. Así que, tal como exclama el historiador y periodista Timothy Garton Ash -para mí, una de las personas más hábiles en el arte de elevar la anécdota a categoría-, "¡Gran Hermano era el propio George Orwell". Ahora que leo el magnífico libro de Rebecca West "El significado de la traición" (Reino de Redonda), pienso que las contradicciones internas de Orwell son el preludio de los sentimientos ambivalentes que la Guerra Fría generó en la sociedad británica, temerosa del avance del totalistarismo comunista, pero fascinada ante personajes como Guy Burgess, Donald Maclean o Kim Philby, supuestos espías al servicio de Gobierno soviético, cuyas vidas han dado lugar a profusión de libros, series de televisión y películas (la recién estrenada "El topo", interpretada por el actor Gary Oldman, alude sucintamente a estos personajes). Explica West los equilibrios del gobierno inglés por mantener a raya a estos supuestos traidores sin caer en el macarthismo americano, así como la capacidad de estos espías de escalar en la diplomacia a pesar sus contactos soviéticos y sus legendarias juergas privadas.
(Por cierto, la recopilación de artículos de Garton Ash que recoge el libro "Los hechos son subversivos. Ideas y personajes para una década sin nombre" está incluida en la colección Tiempo de Memoria de la editorial Tusquets, cuya selección es, a mi juicio, excelente).
No hay comentarios:
Publicar un comentario