Un astrofísico de la Universidad de Cambridge sitúa el fin del mundo en 2014, año en el que una nube de polvo cósmico destruirá la tierra y todo el sistema solar. Ya es mala pata que esta sea la fecha escogida por la Asamblea Nacional Catalana para celebrar un referendo sobre la independencia. De ser cierta la profecía de este científico, la teoría nacionalista basada en el enemigo exterior alcanzaría el paroxismo, pues sería el universo entero el encargado de acabar con toda aspiración soberanista. Por otro lado era fácil suponer que, trescientos años después del decreto de Nueva Planta, que abolió las instituciones catalanas, los planetas se alinearían para destruir de nuevo cualquier tipo de ansia separatista, tal como han hecho —según denuncian dirigentes convergentes con cierta virulencia precongresual— los sucesivos gobiernos españoles.
El mundo no se acabará en 2014, pero esa fecha se ha convertido en una especie de «finisterre» independentista más allá del cual se abre un abismo por el que se precipitará toda esperanza soberanista. Otra cosa es que el barco capitaneado por el presidente Artur Mas quiera concluir esa travesía, pues previamente hay escala en ese proyecto llamado pacto fiscal. Aseguran que, de fracasar la negociación sobre la independencia financiera, CiU recurriría al adelanto electoral. ¿Fin de trayecto o recarga de combustible para justificar la separación de España? Yo creo que eso ni lo saben los nacionalistas, por mucho que hayan impulsado una ley de consultas populares a la medida de ese pacto fiscal. Cabe la posibilidad, avalada por la experiencia del Estatuto, de que la participación en esa consulta sea mínima —en el referendo estatutario sólo participó el 48% de la población catalana y el 74% votó a favor—, aunque la norma haya introducido elementos para ampliar la base electoral —se basa en el padrón, pueden votar ciudadanos de la UE, de Islandia, Suiza o Liechetenstein...—. La ley dice que no habrá campaña electoral. Ni falta que hace, pues ésta empezó el día después de que Mas ganara las elecciones autonómicas y cada día añade nuevos elementos reivindicativos: insumisión lingüística, amenaza de cierre de cajas, negativa municipal —bendecida por el Govern— a izar la bandera española... Por cierto, es curioso que algunos nacionalistas critiquen a la delegada del Gobierno, Llanos de Luna, por hacer cumplir la ley de banderas mientras el consejero de Interior, Felip Puig, persigue la quema de aquéllas.
(Artículo que publiqué en ABC el 19 de marzo)
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