Mi amiga Gemma advertía en su cuenta de Twitter sobre el culto a las tradiciones con ocasión del bárbaro torneo del Toro de la Vega, uno de los variados y retorcidos métodos que el hombre se ha inventado para torturar a un animal. Solo el ser humano es capaz de disfrutar con la agonía, recordemos las ejecuciones públicas convertidas en acto social. Nada justifica la muerte como espectáculo. Tampoco la de un animal. Soy tan carnívora como cualquiera, pero nunca se me ocurriría acudir a la matanza del cerdo. Una cosa es la evolución de las especies, en la que siempre habrá depredadores porque se impone la ley del más fuerte. Otras, el abuso de poder como diversión. Asegurar que el Toro de la Vega, las corridas de toros o lanzar pavos desde un campanario es cultura me ofende. Y que se desvíe la atención hacia dramas humanos, también. Como si fuera incompatible defender la vida humana y la vida animal.
Todavía está reciente la polémica sobre la muerte de Cecil, un león protegido que tras una persecución más digna de un psicópata que de un cazador, murió. El autor posó junto al cadáver con esa sonrisa bobalicona tan propia de personas acomplejadas. Yo lo tengo muy claro: quien empieza torturando animales puede llegar a matar a seres humanos. ¿Lo tienen en cuenta aquellos que distinguen entre ambos sufrimientos?
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