Nunca me había planteado que, al igual que la sociedad tiene perfectamente asumido que una actriz representa un papel, una modelo también "actúa". Y me avergüenzo de ello. Porque mi ignorancia contribuye a perpetuar la imagen de la "top model" como mujer vacía, sin vida. Gracias a Patricia Soley-Beltran y su libro "¡Divinas! Modelos, poder y mentiras" (Ed. Anagrama) mi enfoque sobre esta profesión, que ella misma practicó y abandonó por la investigación y la sociología, es diferente. Y en lugar de cortar a todas las modelos por el mismo patrón, como pretende el duro mundo de la moda, ahora tengo algunas claves para valorar ese trabajo de otra manera.
La modelos, al igual que las actrices, interpretan. Y lejos de representar un ideal de perfección -que no existe-, lo que vemos es el resultado de una agotadora puesta en escena. La delgadez extrema se debe, no al capricho de diseñadores gais, sino al deseo de que sea la ropa la que destaque, lo que condena a la mujer a ejercer de simple percha. Pura cosificación.
Hace años, hombres y mujeres se hacían trajes a medida, pero la llegada del "pret a porter" y de las grandes cadenas de moda nos obligó a enfundarnos en una talla determinada. Cuanto más pequeña, mejor, tal es el dictado físico de las pasarelas.
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