(Artículo que publiqué en ABC el 7 de abril de 2014)
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Imagen de la película "Ocho apellidos vascos" |
Definitivamente, lo de Jordi Pujol y las «chonis» tiene algo de tensión sexual no resuelta. Que el pasado viernes, el ex presidente de la Generalitat repitiera el mismo discurso de hace tres años respecto al éxito de un soberanismo poligonero, solo puede interpretarse como una obsesión por el exotismo del arrabal. Está claro que al longevo convergente le marcó mucho la canción de «Els Catarres» donde un nacionalista se enamora de una joven castellanohablante, que es algo así como la clásica historia de Romeo y Julieta, pero en versión «In the guetto».
El padre de la saga Pujol-Ferrusola nos lanza mensajes confusos: ¿Es catalán aquél que vive y trabaja en Cataluña? o bien ¿es catalán aquél que se integra vía idioma? ¿Hay que ser patriota o nacionalista para disfrutar del paraíso catalán? Los franceses distinguen perfectamente entre ambos conceptos, como es el caso del nuevo primer ministro Manuel Valls, cuyos padres eran inmigrantes catalanes. Ellos sí, no los andaluces considerados «inmigrantes» en Cataluña, territorio español. Todos hemos caído alguna vez en ese error, incluido el socialista José Montilla, un «charnego» a los ojos de la esposa de Pujol, Marta Ferrusola, quien confesó en 2008 que le molestaba «mucho» que «un andaluz con nombre en castellano» accediera al cargo que ocupó su marido. Si le molesta ese nombre, qué no dirá de los ocho apellidos catalanes más frecuentes, según el Instituto de Estadística de Cataluña: García, Martínez, López, Sánchez, Rodríguez, Fernández, Pérez y González.
Por este orden. Lo que bien merece la anunciada segunda parte de
esa película que arrasa en las taquillas «Ocho apellidos vascos», pero en clave catalana.
Encontramos en el ranking ese «Fernández» del discurso hiperclasista que Pujol le soltó a la cara a Montilla, con quien debatió en un acto celebrado en Sant Adrià de Besós (Barcelona), un feudo socialista situado en el lado opuesto de «Upper Diagonal». Montilla volvió a las andadas, a expiar sus orígenes recordando que él mismo es «inmigrante» (sic) y defiende la «nación catalana» (sic). No sé si vale la pena el esfuerzo porque, tal como dijo en su día el presidente de Unió, Josep Duran Lleida, el votante de CiU es más culto que el del resto de formaciones políticas mientras que el votante socialista permite en Andalucía que los parados tomen el sol en la plaza del pueblo con el dinero del catalán trabajador.
Lo dicho, que una cosa es el patriotismo y otra, la supremacía nacionalista, aquélla que denuncia el hablar incomprensible de los niños andaluces (Artur Mas «dixit»).
Qué superado ha quedado ese dicho según el cual, Convergència tiene el dinero y Unió, el pedigrí. En CiU el clasismo se reparte alícuotamente entre sus miembros, sean nuevos ricos o con ilustre apellido.