He oído a una compañera de mesa comentar que había sufrido la "guerra entre periodistas y bloggers", derivada de un cierto desprecio por parte de los primeros hacia esta nueva forma de comunicación que ha roto el monopolio del periodismo clásico. "Los periodistas nos dicen que somos lo peor", decía esta profesional. Y yo, que procedo de ese mundo, me pregunto: ¿Acaso nos sentimos amenazados por esa hermandad internauta, donde predomina la superespecialización?
El tema me parece apasionante. Creo que ese buen rollo del que hablaba antes se basa en un sentido de la competitividad menor. Es decir, que la rivalidad entre blogguers debe existir, no me cabe duda, pero resulta que cada "influencer" tiene su audiencia, sus tiempos, su estilo. El abanico es amplio y unipersonal. Aquí cada uno controla su producto desde el principio hasta el final. Por contra, el periodismo escrito vive aún del papel, que tiene los días (o años) contados, y de un engranaje empresarial, caro, colectivo y esnob.
Imagino que habrá periodistas que acusen a estas bloggeras de limitarse a vender marcas, de acudir a eventos amables o de practicar una literatura facilona. Doy fe que, en esa reunión con Norma Ruiz, se formularon muchísimas preguntas, la curiosidad era máxima y la interactividad entre la protagonista y las blogueras, constante. No solo de alta política o de sonoros escándalos vive el mundo de la comunicación. ¿Nos hemos vuelto tóxicos los periodistas? No diría tanto. Pero la reunión de ayer invita a reflexionar.
(PD: aquí el uso de Instagram como tarjeta de presentación es imprescindible)